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La obra grafica de Diego Cíntora- parece reanimar uno de los problemas  ancestrales del arte, de la imposibilidad de contemplar una pieza en su verdadera singularidad.

Nuestra relacion con la plástica supone siempre un bagage grande y complejo, una (de)formación que condiciona por fuerza el sentido de nuestra contemplación. Extrañamos al niño que fuimos  cuando por primera vez sentimos el arte espacial y las propiedades irrepetibles de una obra o un espacio arquitectonico.

Cabe plantearse, no obstante, si el verdadero poder  y el milagro del trabajo artistico no radican justamente en esto: en desbordar estos condicionamientos, el acumular la fuerza estética suficiente para saltar los filtros e instalarse, con pureza en la recamara de la percepción o – si se quiere en el alma del testigo-.

    En esta disyuntiva en el juego entre originalidad y referencias podriamos ubicar la obra de Cíntora.

Un repaso somero de su evolución apunta a  una busqueda intensa de originalidad. Parece que nuestro artista se apropuesto hacer siempre algo nuevo, no solo con respecto a la tradición si no respecto a los trabajos anteriores.

Conforme avanzamos en la observación  de su innegable diversidad, sin embargo, comenzamos a identificar constantes, elementos que gustan de repetirse  y , sobre todo, detectamos una serie de inquietudes que permean buena parte de su trabajo.

Vemos en él – entre otras cosas- una estetica de las fuezas secretas, de los poderes ocultos. No una intensión de explicarlos. Se los mira,  simplemente, obrar sobre  la tierra y  en la vida del hombre. Hay un animo ritual en el proceso creativo de Cíntora. Se diría en lenguaje borgiano, hay una consecución de simbolos , y si nos fuera dado reunirlos y ordenarlos, descubrir su secuencia, obtendriamos un alfabetos circular, una llave al inframundo.

La obra de creadores como Cíntora nos corrige: el arte tiene la capacidad doble de mostrarse  único y vinculado al a vez, de trazar una audaz parábola sobre la predisposición, para tocar el  pedestal del alma, y de enriquecerse ilimitadamente, de henchirse, con nuestro saber. Así de paradojoco es el arte.

Ignacio Oriz Monasterio-

ambiDiego Cintora
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